y desembarco en la noche parcial. las
ventanas encendidas y el olor a piernas abiertas y penetraciones. hay traición
en esas luces. hay el gusto por la demencia. camino sobre charcos de agua. el
muelle va quedando atrás y con él el recuerdo de una biografía oceánica que
jamás será verdad. la calle me recibe, egoísta y desapegada. es la madrugada
unánime, ahora sí. todos sienten la madrugada, aunque pocos la conozcan.
enciendo el cigarrillo y camino desatento. cargo con un bolso, un bulto
semejante a un cadáver, pero está lleno de muerte. ladridos lejanos,
mezclándose con la carrera de los autos que vuelven o escapan. es la lluvia.
encuentro
una plaza sin rejas y me siento en un banco a ser linyera por una noche, o más.
hay restos de droga y botellas vacías, olor a vómito y pis. dos nenas caminan
por la vereda de enfrente y entran en un pasillo. desaparecen. un auto se aleja
lentamente, si cierro los ojos el ruido que hace no se adivina. el pasto húmedo
parece congelado. no hay viento. tal vez, hace mucho, todo esto haya tenido
algún propósito, alguna promesa o expectativa. esperanza siquiera. hoy no hay
nada más que una mujer que espera. una habitación austera. una cama. otra
promesa: la promesa del fracaso. un inicio, varios finales. fumo hasta
descomponerme. me estiro, me recuesto en el banco, apoyando la cabeza el bolso.
no me preocupa ni me provoca, ser sueño o alucinación, o realidad. no me
importa saberme. alcanza con sentirme, y no se necesita más que eso para
concebir una dimensión del infierno. pero el infierno no importa. ahora pienso
en un par de muslos que podrían hacerme feliz cuando llegue la mañana.
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