domingo, 15 de septiembre de 2013

             



             -¿qué te pasa?- pregunta.
            la sensación es de una sinfonía que pretende demoler iglesias desde adentro de una iglesia. las voces son angelicales y fúnebres, cantan entre lamentos y gloria, bajo el gobierno de las gárgolas y las columnas.
            -estos días no tengo muchas ganas de vivir- digo.
            con sensaciones así, todos los días se siente como una peregrinación o viaje épico, anterior al tiempo, cuando la necesidad y no la avaricia gobernaba. pero también la espiritualidad y la unión. en esa época sin época, la sinfonía no era sensación sino realidad. ¿habrá sido real, o es sólo un sueño de mi alma? ¿existió alguna vez un lugar, un tiempo así; habré existido yo en ese tiempo? ¿habré sido el causante de su final? no, jamás tan poderoso.
             -¿qué te pasa?
            -tengo ronchas en el cuerpo, adentro y afuera. se me descascara la piel, se me desprenden pedacitos de piel seca. tengo los dientes amarillentos, por más que los lave mucho. tengo la saliva amarronada, turbia, a veces con restos de sangre. tengo un exceso de caspa. mis pies huelen mal. mis genitales huelen mal. cuando cago, el papel higiénico se mancha de sangre al limpiarme. las jaquecas son todos los días. me duele el cuello y la espalda. tengo asma por las noches; si río, se me cierran los bronquios. me duermo en todos lados, todo el día; a la noche no puedo dormir. tengo mal aliento. la otra noche caminaba por la calle, era tarde y era un barrio oscuro. el viento no era bondadoso. cuando miro hacia arriba, a las ventanas de un edificio viejo, había dos, una encima, en diagonal a la otra, con sabanas cubriéndolas. una de ellas estaba abierta. adentro, la luz de una era verde, la otra roja. sentí terror y tuve que volverme.
           -no puede ser- dice.
           pero yo sé. esa noche el viento era sobrenatural y traía augurios. incomprensibles augurios. había gente, similar a espantapájaros hambrientos. había hombres como sombras de árboles que caminan. había mujeres en la niebla, semejantes a siluetas de carencia. había nenes jugando con pelotas y animales muertos y muñequitos de superhéroes. había nenas que llevaba sus bebés de plástico en brazos, los acunaban y amantaban de mentira, empujaban carritos sin ruedas con peluches un poco quemados. algunas viejitas tomaban mate en los balcones y en las puertas de sus casas, valientes, temerarias, indiferentes, vudúes. los viejitos miraban a todas las vaginas que caminaban por la calle. son nobles, pensé, no discriminan a nadie. los perros no tenían ojos, puedo jurarlo. los gatos no tenían cara, sólo bocas llenas de colmillos que se lamían la cola. ratas. palomas. salamandras. autos estacionados que temblaban. camiones. bicicletas sueltas. las paredes agrietadas, llenas de musgo y plantas que crecían de la sequía. gusanos alegres. llanto. sexo. inteligencia. calles cada vez más extensas hacia la oscuridad. edificios débiles. subes groseras, gordas, a punto de desfallecer. y más arriba, estrellas, brillantes como vidrios rotos, como el reflejo de una luz de neón en un charco de agua. vientres abultados, vacíos o llenos de bebés desnutridos. sinceridad, cenas desnudas familiares, abortos resbalando en los parabrisas. la tristeza cumpliendo su deber en las manos. eran calles de admirar. supe hacerlo y repugnarme. había crucifixiones y sombras arrolladas por el tren. sombras coqueteando con los semáforos. sombras coqueteando con las pequeñas mamás. sombras, nada más. y reflejos a través de vidrieras. así caminé, presa y cómplice del terror disimulado. censurando mi alegría. sabiendo que más abajo el infierno no eran tan frío como esas calles y esas casas llenas de golpes y violación. así estuve caminando, camuflado en la mugre.
            ella no cree. sus años son aún escasos. sus sueños todavía secos y vestidos. sus bombachas nunca tocaron el suelo. impide ceremonias escatológicas. descree de la grosería.
            no se animará a verme desnudo. mucho menos a tocarme. mi cuerpo joven, prematuramente viejo. vigoroso y arrugado. manchado por las ronchas y los lunares. el espejo se niega a ver. mis ojos grandes, claros, húmedos, lagañosos. el vello en el pecho, en las axilas, en la panza, en la espalda y la cola, entre las piernas. los genitales velludos y desgraciados. hombros enfermos. pies rancios. vení, descubrí en mí otra forma de ser África, acariciada por las delicias del Chaco y Catamarca, los bajo fondos de Misiones y el sur. Antártida mía conociendo los dientes y la lengua del paladar lastimado. Bangkok en mi sueño y Saigón alucinada. Soc Trang y Shimane alucinadas. ésta desnudez surcada por los ríos más profundos, los más largos, los que darían muerte a cualquier desierto, semejantes a venas y cicatrices y pelos y medusas muertas. su mano jamás tocará este cuerpo que palidece. tiene en sus dedos una laguna clara que conoce el valor de la piel. nunca va a tocar este cuerpo.
            alguien sabrá de esa ternura alguna vez, y la aniquilará con su indiferencia






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